15.12.06

La conmoción de saberse espuma


                                                                                                   por María Laura Riba
                                                                                                                      Periodista y crítica
Instituto Nacional del Cine
- La Habana, Cuba -

“Espumas” no es nada más que espuma, aun cuando lo sea. Cada tríada de este libro de poemas – siete en total - hace ola en nuestro interior, nos deja con la espuma en la boca, trae a la playa “aquellas pequeñas cosas” de las cuales hablaba Serrat, y nos dice sin preámbulos que “ya no se pueden disimular los golpes”.

Lina nos advierte antes de que comencemos a adentrarnos en sus poemas que “Así cada ola / estalla en otra ola / y arrastra una marea de espejismos”. ¿Son acaso espejismos los sentimientos? O más bien, ¿cuándo, los sentimientos, comienzan a volverse espejismos, a hacernos creer lo que no son? Porque es verdad, cada ola estalla en otra y la espuma siempre esta ahí, en las orillas de nuestra vida.

Cada tríada comienza con una frase, no cualquiera –nada es azar en los libros de Lina– de autores por los que ella se ha sentido herida o besada de poema. Así, en la primera tríada, Kawai Sora nos da idea de lo cotidiano y de lo efímero. Nos habla de “este universo de rocío”. 
Entonces Caffarello inicia “Espumas” con un poema del mismo nombre y nos habla de lo fugaz. En la primera estrofa el vigor está presente con “impetuosos remolinos”, pero luego esa energía se agota “en un tiempo hecho espumas”, todo es “inútil” a la “mente”, y ya nada se puede disimular “ni recuperar el brillo de los sueños”. La juventud, la madurez, la vejez, la muerte de “mil ceremonias fatuas”.
Los tres primeros poemas refieren a la espuma de la vida, esa que ya no es ola, ni mar, ni río. Por eso alguien se lamenta al no poder cantar como un gorrión, porque “nadie ve a una voz / cuando muere de color / ni hay un solo que resista / la disolución del fuego”. Por eso todo es “Incierto”, y uno no se da cuenta del paso del tiempo hasta que se queda “entre el espejo y la pared”.    

Y luego aparece la frase de Horacio Castillo que nos habla de empaparse en el sudor de los vivos. ¿Y quién sino, se moja en el sudor de los vivos y se come el trigo de los muertos, más que la oscuridad que opaca todo?. 
La segunda tríada es el largo poema de la introspección, de la necesidad de mirarse por dentro, de zambullirse de cabeza en la oscuridad para poder ver la luz que refulge afuera. De este modo, esa “opacidad sin nombre, / hace brillar el aire / para que los otros reinen”. No obstante, sólo sabiéndose a oscuras se puede regresar “hecha lluvia” para “rescatar sus manos”, y entonces, solamente entonces, transformarse “en río”.
Lina nos dice que la madre es el mar. El mismo mar que trae espuma a la orilla, “la madre (mar) está serena”, pero no tanto, es un guiño. Esa madre quiere quitarse “esta barca”, y vuelve la imagen, otra vez, y es el rostro de la madre “En la esquina del espejo” que observa, mira que “el mar no tiene tijeras”.
Y llega “Octubre”, y algún habitante del cono sur podría caer en la trampa y pensar que es época de primavera, y en consecuencia, la opacidad se va. Pero el “octubre” de Lina habita en Lina o en quien quiere que ella habite, y la penumbra todavía está allí. Nos jura que “es sólo cáscara” esa “furia / de soles estancados / y cuentas de color”.

De la mano de Nietzsche sabemos que los abismos nos miran. Y son tres poemas con títulos en latín: “In extremis”, “Finitus” y “Statu quo”. Quizá utilizar el latín en el siglo XXI sea también una manera de abismarse, por lo menos, de asomarse con temor al lenguaje.
Cada uno de estos poemas llevan en su mar interno, versos-espumas tomados de otros autores: Hebe Solves, Héctor J. Freire y Julio Aranda. Así como Nietzsche nos anticipó los abismos interiores, cada uno de estos poetas nos confirma el abismo que Caffarello hace que nos mire, a nosotros, que no podemos dejar de mirarlos, locos de vértigo, suicidas asomados a las bocas gigantes de las palabras.
Lina nos hace mirar el “borde indescifrable que clamaba inundación”, nos muestra la inmensidad abismal de nuestros propios “elefantes, grandes, lentos”, todos ellos “incendiados entre sí” con “hambre negra”. Como aves indefensas nos hace caminar por las cornisas, siempre a punto de caernos, “Estas aves fatigan el margen / de toda la distancia”.

Y ahora Rilke que insiste con la oscuridad que “lo tiene todo”, pero Lina la saca a la luz, la hace contraluz, la superpone o la confronta con la luminosidad. Obliga a la oscuridad a mirar a los ojos del sol. Entonces, cuando el sortilegio está hecho, Caffarello nos sorprende con uno de los poemas más bellos de “Espumas”. El dedicado al cubano Reynaldo García Blanco, “Bajo la luz de una naranja”.
En estos versos la oscuridad se va humillada y se levanta en luz, completa y firme luz.  Esta vez, el “espejo” no va a colarse “entre tus pies / a la hora del crepúsculo”. Aquí los abismos no se miran en nadie, son mirados, sin temor, desde la “punta corroída / donde la luna escarda peces / y cabalga por los huesos”. Pero Lina no se miente, sabe que la luz cuesta y se lo repite en silencio: “(Algo me dice cuánto pesa / imaginar el ave y machucarse los ojos / con la espuma a cuestas)”. Siempre es la “espuma” la que lleva oscuridades y luces, y trae oscuridades y luces. Es la “espuma” la que nos muestra el mensaje dentro de la botella. Un mensaje de oscuridad, de abismo, de finitud o de plena luz en la cara.
Pero la luz escapa, como todo lo que huye, y hay que apurarse, juntos debemos “mordernos nuestra sed” porque “nos vamos devorando para no quedar sin aire / y haciendo como que no pasa nada / tratamos de inventar un sueño”. Sin embargo algo ocurre, y “sólo atinamos a implorar septiembre”. Y rogar “septiembre” es como abismarse en “octubre”: sólo Caffarello tiene la llave de sus meses.
“Encadenados” y “A contraluz” también nos habla de tomar a la oscuridad por asalto, “entrar en otras sombras”, y así la noche, que parece una “Sombra unánime”, es ahora una “canción de cuna verde, / libre de gárgolas y hambrientos minotauros”. Ahora la opacidad se ha vuelto un “túnel secreto hacia otra vida”. Una vida “que vela, / que vuela”. Y siempre hay que apurarse, “Antes de que la luz distribuya los fragmentos / y nos vuelva a la condena de escalar la propia sombra”. Por eso, nos dice Lina, “hasta que los dioses se aburran del espanto”, “ulularemos sin voz”, “Con los costados cosidos / y una estaca horadando las palabras”.

Hundirse no es cosa de todos los días ni tan infrecuente como se quisiera. Paulina Vinderman lo dice al inicio de una nueva tríada. A Lina le cuesta distinguir “Cómo medir los restos / si ése que agrietó su mano se consume / y siguen creciendo los erizos, / muecas despiadadas”. Ella sabe que a veces puede tratarse de una “Cacería / que vieron / sabios / pasajeros”. Reconoce que en cuestiones de hundimientos es mejor esperar, porque el tiempo que todo lleva también trae el alivio. Caffarello nos alienta: “El tiempo enmendará su curvatura”.

La elección de César Pavese para la frase inicial de otra tríada nos remite a la profundidad misma del abismo de Nietzsche. Pavese nos recuerda que en el tiempo también existe una hora en la cual no pasa nada, nada ocurre. O más bien: la nada sucede.
Entonces llega el no–poema de Lina, escrito en la precisa hora donde nada puede ocurrir, por eso decide dejar “dormir al tigre / y a las fusas”, no bailará en su patio, y lo que es peor: se quedará “sin grillos / y sin dioses”. Ni siquiera la “ungirá un poema”.
Así, el mantel sobre la mesa, simple y cotidiano, es abismo, oscuridad, finitud, contraluz, “el mantel es como un aro”, y porque está en una hora en la cual la nada ocurre, deja que “Dos alfileres” sostengan “apenas, / un cielo de cartón”. Un cielo que no es cielo sino un papel arrugado prendido sobre un mundo de utilería.
El tiempo –siempre el tiempo y el espejo y las sombras– “entra y sale / desde mitos diferentes. / Indefinidos hilos de un tejido / no iniciado”. Para Lina el tiempo envejece con nosotros y por eso “cruje”. Y cruje en los “dibujos pedregosos” de nuestros días.

Por último Sylvia Plath. Tampoco una autora elegida sólo por gusto. A Plath, formas que flotaban le han perturbado “el rostro de la calma”. La calma se ha quebrado y Caffarello lo siente en esas “Cáscaras” que flotan a su alrededor. La suerte –buena o mala– ya está echada: “Las barajas se han jugado / y los grillos huyeron del cristal”; ella ha comprendido que “Hoy”, “Ese aquelarre antiguo de bruja o cazador / ya no nos sirve”. Nada es casual, “el cielo” se cuelga “a nuestros pies”, “El disfraz está gastado”.
Hay que cuidarse en este río-tiempo que “avanza sembrado de desechos”, porque “cada uno es lobo y centinela”, Y la espuma que nos hace mirar las orillas-abismos, y a su vez, nos mira, no podrá divorciarse “de esos barcos”. Ya “No hay un prisma que despliegue su abanico”.

“Espumas” es el libro de la conmoción.
En el poemario “Alguien tiene un talismán”, la música hacía tararear los poemas como canciones benditas. En “Espumas”, Lina Caffarello está dada vuelta, se ha metido hacia adentro, pero no se ha escondido.
Con un manejo exquisito del lenguaje nos hace pensar en la vida, en su totalidad, en el paso inexorable del tiempo, en los abismos y sus sombras. Pero también en la luz. Dueña de imágenes fecundas y bellas, sin contar historias lineales, igual las cuenta, las sugiere, las empuja hacia nosotros.
Quienes hemos leído y sentido sus poemas, hemos sido Lina Caffarello aunque más no haya sido por un instante, porque ella nos ha abierto las puertas de su interior.  Caffarello aquí es reflexiva, de pocas sonrisas y silencios tan profundos como el mar o el río que dejarán espuma en las orillas.
Lina se ha animado a abismarse en las palabras y ha salido invicta. “Espumas” es conmoción ante la evidencia.  Y para intentar seguir enteros, dignos, debemos continuar atizando “la luz en los carbones / y arder / arder...” 

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